Los colores de diciembre (Parte I)

Anda que anda el tiempo… y hemos llegado a que el mes de diciembre se ha convertido en una gran feria comercial que no se avergüenza ni amilana en abrir sus puertas cuando todavía el sol veraniego pica en nuestras espaldas: desde los turrones hasta la lotería de Navidad cada año se venden con meses de antelación, y con ella las felicitaciones. Son bienvenidas, pero si me felicitas el fin de año en octubre, pensaré que te guías por un calendario que no es el gregoriano.
No obstante, aunque las candilejas y el consabido signo % --en rojo, en blanco, bien grande---, incitando a las rebajas muchas veces engañosas, ocupen todo el entorno, en nuestro interior, en aquella mínima pero inconmensurable parte de nuestro “yo”, donde  nadie puede auscultar, el mes de diciembre continúa siendo lo que es: una etapa de colores y sentimientos personales disímiles, muy propios, y tan profundos e insondables, que apenas se comparten, porque casi siempre duelen y abren heridas.

No quiero que estas letras se impriman con tristeza. No, de ninguna manera, Las fiestas de fin de año, y el advenimiento de uno nuevo, también nos llenan de ganas de vivir, deseos de agradecer a la Vida, al Destino, a Dios… y cuántas veces agradecemos a un médico la posibilidad de poder arribar al último día del año y despertar tal cual en un nuevo ciclo de 12 meses? Benditos sean ellos también.

Son 31 días de un mes en el cual se forjan promesas y nos ponemos metas. Y no me refiero a esa casi frivolidad en que se han convertido algunos propósitos que nunca se cumplen  porque en realidad carecen de fuerza vital, pero hay otros en los que nos va la vida o nuestro bienestar profesional, familiar o económico, y entonces sí vale la pena pensar en esas metas de cuyos cumplimientos dependen el crecimiento de la familia, el estudio de los hijos...o la curación de un enfermo.

Lo material tiene una importancia relativa, en ocasiones, se convierten en vitales, pero aquellos propósitos que nos aportan la felicidad interior, donde vuelan las mariposas que solo nosotros conocemos el color que tienen, esas son las metas más importantes, sobre las que debemos trabajar con espíritu de hormigas y fuerza de gigantes. Sin dejar que nos desvirtúen y nos provoquen espejismos que solo conducen al fracaso.

De qué color es diciembre?

Esta pregunta es para sicólogos y sociólogos. O para quienes con lógica e inteligencia se han graduado en la Universidad de la Vida. Ellos pueden explicar mejor las razones: unos escogen el rojo, otros el blanco, otros el verde... La visión del último mes de año tiene un trasfondo histórico, donde la transculturación ha tenido mucho que ver a través de los siglos. Y al final, la explicación va muy cercana al hecho del porqué todos, de niños, pintamos casitas con humeantes chimeneas. 

En Cuba, por ejemplo, este último mes del año, además del dolor de los recuerdos (buenos..y hay veces que menos buenos), hay colores que nos recuerdan ese oro tostado del puerquito asado de fin de año, el plátano verde, el amarillo del maíz convertido en hallaca o tamal… pero también es rojo por la todopoderosa Santa Bárbara, o color obispo seña que algunos atribuyen al sanador y cumplidor de promesas, el resucitado San Lázaro. Diciembre también puede verse del tono  verde olivo que lanzó su ofensiva aquellos últimos días de 1958.

El mes de diciembre también tiene un color humano y solidario: la llegada del duodécimo mes del año nos golpea con la ausencia de los que ya no están: familiares y amigos que por siempre van con nosotros, porque esa pena nunca se pierde, son como pequeños cristales de colores que se nos desprenden y por eso tal vez, miramos al cielo adivinando una estrella.

El estigma de las guerras sobrevive con fuego y pólvora de un siglo a otro; la ciencia avanza y se adentra en el Universo pero es incapaz de frenar, de cegar el egoísmo de los hombres, y 2019 no será diferente. La demencia política de algunos, adornadas con falacias perturbadoras arrastran hoy en día a millones de personas de un continente a otro, despiadadamente… y aunque maltratados, discriminados, en ocasiones tratados peor que animales, se consideran dichosos porque sus restos no fueron a parar a las profundidades del mar, o a fundirse en la arena desértica de otras zonas.

Por desgracia, en estos últimos años apareció un nuevo fantasma: el terrorismo islámico (no me gusta llamarlo así), cuyo trasfondo tiene muchas aristas, elementos y circunstancias que llevan a cientos de personas a matar procediendo bajo la imperfecta interpretación de una religión. Algunos se arrepienten luego, pero ya el daño está hecho.

Desde aquel aciago 11 de septiembre de 2001, fue como si una nueva plaga se regara por el mundo. Y nunca pensé que en menos de tres años, viviera en primera persona la angustia de otro mortal día 11: el de marzo del 2004, en Madrid. Y no se vive con miedo, pero esos cientos, miles, de cristales continúan desprendiéndose como hace tan solo unos días, de nuevo en Francia, en pleno Estrasburgo.

Sea cual sea el punto cardinal donde vivamos, estos días son especiales para cientos de millones de personas, y aunque no todos celebremos la Navidad en la misma fecha, quiero dedicarles a todos mi mayor agradecimiento por su amistad, incluso a los que no conozco personalmente y desearles que el 2019 les sea propicio para su bienestar, cuidar la salud creo que es un propósito con prioridad. 

En unos días nos volveremos a encontrar, quiero compartir con ustedes en la segunda parte de este comentario, las diferencias de la celebración de la Navidad en algunas sociedades, debido a su arraigo o costumbres o prácticas religiosas. Hasta entonces.


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