Otro sábado sin sol

Sí, otro sábado sin sol... y no precisamente por las lluvias, es el dolor que llevamos todos y la pena que aprieta el pecho. Es otro sábado gris, porque tras la tragedia, otra de las tres sobrevivientes ha fallecido. Su pronóstico nunca estuvo lejos de la gravedad extrema y las complicaciones, pero siempre quedaba una esperanza, como una luz lejana a la cual desearíamos llegar para encontrar un motivo de alegría.

Es un duelo que se vive diferente, por momentos el llanto se impone, en otros, la cordura y fuerza de vida nos hace poner la atención en otros acontecimientos derivados de la tragedia: ya se han identificado más de 90 víctimas, y los especialistas de aeronáutica ya cuentan con la segunda caja negra del Boeing accidentado, del cual apenas quedaron piezas.

Son 112 personas que un aciago imprevisto nos arrebató sin que aún sepamos por qué. Decenas de hogares lloran la pérdida de un ser amado, de un amigo de la infancia, de un compañero de trabajo, de una madre en cuyo ya no se apoyará el rostro de sus hijos. Luto en Cuba, pero también en México, en Argentina y en las blancas arenas del territorio saharaui.

Y seguimos unidos, y recibiendo condolencias y solidaridad de todos los confines del mundo, porque ante tanto dolor no queda otra que descubrirse, bajar la mirada y dedicarle un pensamiento de paz eterna, en cualquier credo, o incluso, sin tener alguno. Es lo que se llama Humanidad.


Y apelo de nuevo al Maestro, a nuestro José Martí, para que su rosa blanca, la número 112, acompañe en su descanso final a Emiley Sánchez, con el recuerdo de sus familiares, amigos y personas que sin conocerla, hicimos nuestro su batallar por la vida en medio de su agonía.

Y también le pido al Apóstol otra rosa blanca para los desaprensivos, los desalmados, que fieles a su mísera existencia comenzaron a desparramar su veneno, desde los minutos en que aún humeaban los restos del avión.

No tuvieron ni el mínimo asomo de pudor, ni de ética para politizar comentarios que debieron ser frases de apoyo, de consuelo solidario, hacia esas personas que, aún sin saber quiénes eran, habían perdido la vida.

Fue duro escucharlas, muy duro, y ha sido de una crueldad extrema atreverse a escribir frases que ojalá nunca hubiera leído. Cada cual es dueño de su destino, y aunque muchos no quieran entenderlo, la libertad de expresión sí tiene límites, cuando se refiere a la vida de las personas, como individuos a quienes se debe respeto pues en sus vidas se incluyen sus familias, creencias religiosa, tradiciones, orígenes.

En ocasiones el destino de muchas personas coinciden en un minuto final, fugaz que no permite volver atrás, ni mucho menos rectificar. Y siempre existen el alguien a quien, um imprevisto, o un ángel de la guarda, lo aparta de ese instante mortal. Y nos alegramos en medio de tanto dolor, de que al menos una persona no estuvo allí.

Desgraciadamente en estos últimos años, aunque fuera de mi Cuba querida, el duelo por desastres aéreos ha estado cerca de mi entorno: civiles (Vuelo 5022 Spanair Madrid.Canarias, 2012), militares que regresaban de su misión (Yak-42, Turquía, 2003), turistas y estudiantes que regresaban de semana de intercambio (vuelo 9525 Germanwings Barcelona-Dusseldorf, 2015)... quizás demasiados para no dejar huellas.

Sin mencionar otras catástrofes aéreas ocurridas lejos de estas fronteras, como los inexplicables de Malasya Airlines en marzo y julio de 2014. Y por supuesto, tengo en cuenta las ocurridas en tierra patria que en septiembre de 1989 y noviembre de 2010, se cobraron una cifra considerable de victimas mortales.

Por eso quisiera, en este sábado sin sol, dedicarle a todas las víctimas de ese fatídico suceso, las letras de un himno, que para mí, expresa todo el sentir en el momento de alejarnos por siempre, físicamente, de un ser querido:

Cuando la pena nos alcanza
por un compañero perdido
cuando el adiós dolorido
busca en la Fe su esperanza.

En Tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz.
Ya le has devuelto a la vida,
ya le has llevado a la luz



(Fragmento de «La muerte no es el final», canción cristiana compuesta por el sacerdote español Cesáreo Gabaráin Azurmendi (1936-1991). Aunque no fue escrita con ese propósito, hoy en día es el canto solemne con el cual se honra la memoria de los caídos en cumplimiento de deber.



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