Cuentan las palmas...

Hace dos años que sucede, y sé que por largo tiempo, quizás un tiempo que no pueda medirse, todas las tardes en las palmas susurran, es como si sus largas hojas se entrelazaran y crearan una singular forma de invocar tiempos lejanos, de donde llegan indescriptibles mensajes.

No sé por qué presentí hace unos años, que para tí aquel sería un lugar ideal. La suave brisa de la mañana acaricia las palmeras y la bandera, de un lado a otro, se mueve airada en soberana libertad. Incluso en los días calurosos dicen que la ven con intención de desplegarse, y las palmeras crujen bajo el sol que las pretende dominar pero ellas, se convierten en lanzas verdi-doradas que reclaman hidalguía.

No podía haber mejor lugar para tí. Fidel, Comandante, entiendo tus razones por las cuales al igual que nos dejaste un legado de dignidad, soberanía y respeto, un legado de solidaridad, vergüenza y cultura, pediste también que tu nombre o figura no apareciera en plazas, calles o monumentos: entraste a una nueva dimensión, a un capítulo especial de la Historia aunque restaban asuntos muy importantes por hacer.

Pero, mi querido Fidel, sabemos que la Historia te absolvió, y más de una vez. Aquel niño que nació en plena zona rural de la antigua provincia de Oriente, vino a este mundo para ir mucho más allá, por eso tu inteligencia, sagacidad y perseverancia te elevaron sobre los cañaverales y marcaron un recorrido que nunca tuvo vuelta atrás.

Naciste con la palabra “Revolución” en la frente, tu carácter siempre reaccionó a las sinrazones impuestas, y nadie tuvo que señalarte cuánto a tu alrededor era injusto, inhumano, cruel… Y tras aquellos agitados años universitarios en La Habana, vino lo del Moncada, para estremecer un 26 de julio las ciudades de Bayamo y Santiago de Cuba.

La derrota, más que dolor, te impuso un compromiso ante la caída y asesinato de tantos compañeros, muchos de los cuales eran como tus hermanos;  la grandeza de la epopeya se completó con el apoyo de quienes abrieron los ojos de la razón y el alma, y te fueron incondicional  a costa incluso de su propia vida.

La cárcel, el juicio, la Prisión Modelo, la amnistía… Y luego México, la travesía del Granma, la llegada a la Sierra Maestra, el apoyo campesino: la verdad de tu palabra había reunido una tropa plena de hombres de distintas clases sociales, aunque en todos primaba la sencillez, eran honrados y mucho más que valientes. Desde el médico argentino Ernesto Guevara, pasando por el jovial habanero Camilo Cienfuegos, el corajudo Juan Almeida, tu hermano Raúl, y tantos otros, que creyeron en tu proyecto, en tus ideas.

Cuando llegó el inolvidable primero de enero de 1959, advertiste a muchos, en medio de la alegría, que era la hora de comenzar a labrar un mundo nuevo, y te echaste sobre los hombros la faraónica tarea de crear un estado revolucionario, soberano, independiente, pero además, socialista, a solo 90 millas de las costas norteamericanas, nación que durante todos estos años no ha dejado un segundo siquiera en idear cualquier forma para deshacer lo que ya no tenía vuelta atrás.

La confianza en que tenías la razón, y que Cuba merecía y podría tener un futuro mejor robó tus horas de sueño durante más de 50 años: desde entregar la tierra a los campesinos y alfabetizar a toda una nación en tan solo un año, hasta repeler una invasión de Estado Unidos en tan solo 72 horas. Industrializar el país, lograr que la mujer cubana ocupara el papel que le correspondía como científica, educadora, machetera, artista...

Pocos saben que en las que podían ser horas de descanso estudiabas Economía, Medicina, Agronomía, te actualizabas en Literatura... lograste que esta pequeña isla, que a mediados del siglo XX estaba condenada a convertirse en guarida de mafiosos y políticos corruptos, cambiara de rumbo e imagen de forma radical. Y escuelas, institutos y universidades comenzaron a multiplicarse y sus aulas a llenarse de quienes serían los hombres y mujeres de una Cuba nueva.


Policromía de rostros se adentraba en libros y tratados, y se doctoraban en especialidades que nunca se habían escuchado. Lo real maravilloso renacía también en la sociedad cubana, porque como escribiera el Apóstol José Martí un siglo antes:  “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. (…) dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos”.

Y el nombre de Cuba comenzó a escucharse en el mundo entero con fuerza e imagen nuevas; si hasta un cubano viajó al Cosmos!!! Varios países africanos deben su liberación del colonialismo a la sangre de los cubanos y todo un ejército de batas blancas cruza el mundo entero liberando una batalla solidaria por la vida, en medio de epidemias, pobrezas y desastres naturales.

Tu inteligencia, fuerza y constancia… ese don de la palabra y tu especial condición de orador, fueron más allá de lo que nadie podía imaginar, y se honran de haber sido tus amigos hombres y mujeres del mundo entero, de diferentes ideologías y status social, porque se acercaron a la leyenda viva, vestida de verde olivo, en que te convertiste.

Hasta tus acérrimos enemigos se asombraron cuando sobreviviste a más de 600 intentos de acabar con tu vida; tu fuerza se multiplicó por cada uno de los cubanos que creímos en ti, aprendimos que la libertad dependía también de nuestra honradez, de nuestra dignidad, de la valentía de todo un pueblo para resistir.

Pese a la escasez y vicisitudes, Cuba no quiso volver su mirada atrás, como cumpliéndose el pasaje bíblico de Lot y su familia al abandonar Sodoma: la única que lo hizo se convirtió en sal y tierra. Y la mayoría de cubanos escogimos el sacrificio con dignidad, y junto a ti marchamos años tras años, trabajando mucho, pero disfrutando de una nación que se convertía en referente mundial de la cultura, de la ciencia, del deporte.

De poco sirvieron los temores propios que hubieran podido generar los intentos de exterminio a través de plagas, enfermedades, difamaciones diplomáticas y el descrédito en los medios de propaganda de Estados Unidos y otros países. Al contrario, crecieron las fuerzas y poco a poco nos consolidamos como una nación que marcha entre las primeras en renglones tan importantes como el índice de supervivencia de niños al nacer.

De poco sirvieron patrañas y campañas en nuestra contra, porque en igual correspondencia, recibimos el apoyo y la solidaridad de miles de manos, salidas de los más profundo de los todos los continentes.

Por eso sé que es cierto lo que se cuenta: que algunas tardes, cuando las palmas arrullan, y murmuran --en lenguaje que solo sinsontes y mariposas pueden entender-- se te ve sentado cerca del Maestro, dándole las gracias por todo lo que pudiste aprender de su legado, mientras que él, posando su mano en tu cabeza, te agradece que en el centenario de su muerte encendieras la luz de libertad en esa tierra que tanto amó y por la que sufrieron sus propias carnes desde niño.

Cuentan también las palmas que, en medio de los susurros del atardecer, cuando el sol cae sobre el camposanto de Santa Ifigenia, el Maestro junto al más aventajado de sus alumnos, contempla cómo toda Cuba renace cada día en la sonrisa de los niños que les llevan flores, aunque tú Fidel, como era de esperar, le explicas a Martí que te faltaron muchas cosas por hacer.



Veshi


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