Gracias papá, un abrazo (2ª versión)

Hace apenas unas horas lo llamé para felicitarlo… como soy la que más lejos está, pues trato siempre de llamarlo primero y no dejar que la nostalgia le cause la reiteración de preguntarle a mis hermanos “y Verónica no ha llamado?”. Porque como dicen ellos, “parece que si tú no llamas, no lo ha felicitado nadie más”... Y yo me río, en la distancia, porque le conozco el carácter y sé que cuando empieza con una “pituita”, no hay quien lo pare.

Y me alegra que sea así, porque es algo que nos une además del apellido y la sangre. Doy  las gracias a Carlos Manuel Soto Hernández no solo por los recuerdos y enseñanzas que de pequeña me dio, sino porque además me ha dado una familia de hermanos y sobrinos que no cambiaría por nada el mundo. Con sus 91 años cumplidos, ya no es aquel hombre que de niña me llevaba los domingos a pasear y a tomar jugos de frutas, ni tampoco tiene la agilidad con la que se desplazaba detrás del mostrador para despachar lo mismo tres centavos de café que una cerveza Hatuey, ni tampoco aquel que (esto lo he sabido años después) ingresó de los primeros en los Órganos de Seguridad del Estado, ni el que despedí cuando sobre un camión se fue a Playa Girón y a la limpia del Escambray. Pero sigue con su carácter agradable, amistoso pero sin permitir demasiado confianzas, y el gusto de tener a su alrededor a hijos, nueras, yernos y todos esos nietos que sobrepasan la cifra de diez.

Siempre dejó que cada uno escogiera profesión, pero había que estudiar, y bien. Fue un buen ejemplo de superación porque aquel niño que sin apenas estudios, salió de un caserío cercano al antiguo Central Ermita (hoy Costa Rica) para irse a Santiago de Cuba, y ya de adulto, con uniforme verde olivo, y en momentos que solo él sabía, logró elevar su nivel educacional para desempeñarse mejor en las labores que le fueron confiadas.

Y ahora, ya en su jubilación, le sigue gustando que la casa se llene de niños, y en las ocasiones especiales todavía dirige y monta el tinglado para asar en púa “algún machito”. Y disfruta ver cómo cada miembro de nuestra extensa familia intercambia opiniones y cariños, mientras su descendencia va creciendo, tal  y como ha crecido su alegría al saberse ya bisabuelo por partida doble. Por eso y muchas cosas más que hoy aquí no caben y que tampoco puedo expresar, te mando un fuerte abrazo deseando que tengas muchas felicidades este domingo y el resto de los días que puedas vivir.

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