La sangre de Fidel



Tuve la suerte de nacer en Santiago de Cuba, en los convulsos años que prosiguieron al asalto al Cuartel Moncada, en el seno de una familia muy identificada con los asaltantes como se les llamó primero, y con el Movimiento 26 de Julio, organización creada después y que el joven maestro Frank País García lideró en esa ciudad de manera eficaz y valiente hasta el aciago día de su delación y asesinato, el 30 de julio de 1957.

Mi madre, que había sido integrante de la Juventud Ortodoxa, me contaba muchas veces de la forma de ser de Frank, un joven educado, de hablar pausado… maneras que no delataban al audaz e inteligente combatiente clandestino que llevaba dentro. También me hablaba de Fidel, aunque a decir verdad, a esa edad para mí eran aventuras, como las de algunos de mis libros, lo único que tanto ella como mi padre, cuando hablaban de “Fidel y los rebeldes…” lo decían en voz baja.

Les juro que crecí  creyendo que la radio había que escucharla muy pegada a ella, y antes de encenderla, llevarla de la sala a una habitación del fondo… Años después me explicaron que escuchaban Radio Rebelde, que habían sufrido varios registros en casa y que a mi papá, además de llevárselo preso una noche, otro día le amenazaron con encontrarle con la “boca llena de hormigas en algún ¨sao¨ de las afueras de Santiago”.

Esas “aventuras” para mí se fueron convirtiendo en viva historia al ver a mi padre uniformado desaparecer de la casa por algunos días: cuando bombardearon el aeropuerto de Santiago y después fue la invasión de Girón, y en otras ocasiones que, cuando en la mañana, no encontraba ni rastro de que hubiera desayunado más temprano que yo.  Por supuesto que las cosas habían cambiado en mi casa,  en Santiago y en Cuba: ya la radio no se ponía en voz baja y el televisor se quedaba hasta tarde cuando Fidel hablaba, en aquellos primeros años con un cartelito delante que decía Dr. Fidel Castro.

Y así crecí, entre celebraciones del 26 de julio, 30 de noviembre, 1ro de enero, y como millones de cubanos más, viendo a Fidel crecerse cada día más ante las dificultades, agresiones y amenazas yanquis: era alguien invencible, nunca se le veía cansado, lo mismo cuando se encontraba con un colectivo de obreros, con deportistas, cuando iba en yipi ruso por medio de campos y cruzando hasta ríos, o en aquellos discursos laaarrgoss donde cada palabra llevaba el peso de la verdad y la razón.

Y no sé qué idea yo me haría, que, cuando estaba enferma, me daba por pensar en algo que un día le confesé a mi madre: “yo creo que si a mí me ponen una transfusión de la sangre de Fidel, se me cura todo”… a lo que ella me respondió mirándome en parte con asombro por tal osadía y en parte como terminando de explicar algo que no había comprendido: “De Fidel?!  A ese no se puede ni tocar, en todo caso, hay que dar la sangre por él”. Yo creo que fue una de las mejores clases de historia patria que he recibido. Nunca más se me pasó la idea aquella, y desde ese día entendí mejor la suerte que teníamos los cubanos de que en nuestra tierra hubiera nacido un hombre como él.

Veshi



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